sábado, 11 de noviembre de 2017

El cielo es más claro y azul.

De un tiempo a esta parte, el cielo es más claro y azul. El aire susurra al oído y avisa de la llegada del frío invierno. Invierno que incita al cobijo, al calor de un abrazo. Buscar un refugio en alas del ángel que llega para acompañar en el duro camino que está por llegar.

Acaricia el ángel mi pelo, susurra: "abrázame  fuerte", aunque yo solo sienta el aire a mi lado, removiendo mi pelo y esas ganas irrefrenables de abrazar el espacio vacío. Estrecho mis brazos y agarro el vacío con fuerza, noto como mis pies se elevan del suelo y me alzo...

Una dulce melodía acompaña mi sueño y en aras del viento voy surcando el espacio, aquel que parece vacío y está lleno de melancolía.

Los sonidos acompasados de un piano afinado y el paso del tiempo simulando estar quieto. No hay prisa, solo compases, ritmo y un minúsculo sentido, consciente, de la paz que dan los momentos tranquilos.

Sigo flotando; acompasando una suave brisa de tacto a plumas suaves y terciopelo, sin mirar el suelo, solo el inmenso cielo estrellado y amparada en la tenue luz que surca en el horizonte, sin vislumbrar el abismo que queda bajo mis pies. Cierro los ojos y veo mi paraíso, palabra que no reconozco como ideal, prefiero decir mi cielo, mi nube, mi trocito de soledad en calma. Y este es el momento perfecto, donde nada ni nadie interrumpe el sueño sin dormir, la felicidad sin la necesidad de mostrar sonrisa. 

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Sigue el paseo y basta el sonido de un saxofón para traer a la mente soñadora una visión ideal de aquello que necesito, de la evasión de la cruda realidad que con el tiempo se afronta sin dolor, acostumbrando la mente a no dejar ni siquiera en un pequeño rincón pero la desventaja de no ser consciente en algunos momentos y pasando de puntillas para dejar en el olvido aquello que no quise enfrentar.

Algo te saca con fuerza del sueño, te lleva a ver la realidad y vuelves al frente de los problemas cotidianos, de las sonrisas forzadas y del inmenso dolor que puede llegar a provocar el ahora, el hoy, pero no importa, al menos no tanto, porque si hay algo que aprendo con el paso, es que el tiempo no vuelve y que tampoco puedo estar escondiéndome constantemente. El tiempo no cesa, las piedras del camino siempre estarán y no puedo perder más pedazos de mi vida rodeando sin cesar. Es tiempo de coger las riendas, picar las piedras con una buena herramienta y que el sonido del martilleo incesante se mezcle con los sonidos de un piano o un saxofón. 

Que la vida sigue y es corta para muchos que ya se fueron y no por ellos sino por nosotros mismos, aprender paso a paso y en cada piedra no pararse a mirar o rodearla sino afrontarla con ganas y sin pagar un coste alto por ello, solo el justo. Aprender de las emociones y su mundo tan complejo. Y seguir viendo cada día el cielo más claro y más azul.


Mar, rosa azul.